martes, 24 de julio de 2007

En aquellos tiempos...

No siempre fue así. La furia, Kalhyma, otro tiempo fue una elegida.

¿Qué había hecho para pasar al lado oscuro?

Ella nada. Había sido débil frente al amor mortal, eso la había expuesto frente a las fauces del lado oscuro.

En otro tiempo, de ello podría hablarse de años que con décadas no bastaría.

Kalhyma había sido una muchacha sumisa. Había aceptado la fuerza que se le otorgaba sin oponer resistencia. Su madre, ansiosa, había deseado el poder, pero no le había sido otorgado. Su hija era la elegida, sin embargo Kalhyma hubiera deseado ser una de tantas en la Comuna. No quería ser diferente. Cuando peinaba sus cabellos y los trenzaba esperaba la oportunidad del día para encontrar su mirada. Amaba a aquel muchacho y hubiera querido ser elegida para él, sin embargo le fue negado. Quien era tocada por el don no podía prestarse al juego del amor. Su madre desoyó sus súplicas y la presentó a la Comuna como la elegida, quería los privilegios de la madre ya que no pudo acceder a los propios. Hubiera deseado con todas sus fuerzas ser elegida por el don que su hija rechazaba. Había sido asignada a un varón para tomar el cargo de generar su progenie. Su rencor era tal que deshizo toda descendencia hasta que sintió latir en sus entrañas el don que a ella se le negaba. Tenía artes que la ayudaban a controlar desde el primer palpitar de vida que en ella se formaba. Deshacía aquello que gestaba.

En la Comuna las niñas quedaban al cuidado de las madres. Al no tener más descendencia y manifestar aversión al varón quedó al margen de todo contacto con él.

Sola con su hija dedicó todas sus mañas a hacer de ella la elegida. No fue necesario mucho esfuerzo porque Kalhyma tenía el don que aparecía en una hembra de la Comuna por vía desconocida. Ella era la elegida.

Kalhyma fue entrenada por su madre en todas las artes, pero su madre no contaba con ese amor que en secreto cultivaba la niña. Ese sueño que cobraba forma día a día interfiriendo en los designios que la precedían.

Murnhya advirtió en los ojos de Kalhyma el eco de algo extraño y dedico su atención hasta que supo que era amor ese rastro en la mirada de su hija.

Os preguntareis y encontrareis extraño que no se percatara de los sentimientos que ese muchacho movía en el alma de la niña.

Quien no ama no reconoce el amor aunque este se presente con sus mejores galas.

Murnhya no amaba. Su afán de poder la cegaba y aunque para nadie era dudoso para ella no había traza de lo que su hija gestaba en su tierno corazón.

La evidencia se manifestó por palabras que escuchó de boca de las otras mujeres que objetaron la capacidad de Kalhyma para ser la elegida. Ante ellas negó y renegó.

Usó todas las artes conocidas mientras su hija dormía para apagar lo que incipiente se hacía evidente.

Ese amor crecía y se expandía como mancha de aceite. Con ello no podía.

Pasó al lado oscuro poniendo en marcha fuerzas que no debían traspasar el umbral de los no vivos. Atrajo con sus rituales y encantamientos esas fuerzas malignas que hizo se internaran en el alma de su hija.

Kalhyma quedó a merced de esas fuerzas malignas. Su alma se oscureció. Sus ojos quedaron opacos e incapaces de mirar. Se fue marchitando poco a poco. Su madre no pudo evitar la caída. El abismo se había abierto a sus pies transformándola en una sombra que no se presentaba a la luz.

La Comuna empezó a intuir que algo malo sucedía alrededor de su morada. Nunca se acercaban y aunque el camino fuera más largo lo tomaban eludiendo toda proximidad.

Se sentían gemidos que helaban la sangre y corría el rumor de que se había abierto la puerta a las profundidades.

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