martes, 9 de diciembre de 2008

El encuentro. ¿Un sueño?



 

El encuentro

 

Ella azarosa se movía por los bordes del precipicio. Desde el recodo del camino vislumbró que una figura andaba tentando al diablo. Pensó que algo se estaba tramando y se sintió responsable ante la posible tragedia. Se acercó muy lentamente. Sabía que si ella tenía intenciones suicidas, su precipitación la impulsaría al vacío.

Cuando hubo acortado distancias. se paró un rato para que ella le viera y confiara de su presencia.

Un temblor se apoderó de él. Temía no poder evitar la trágica escena que su mente dibujaba.

Alcanzaba a ver los rasgos de una muchacha que con ojos desorbitados miraba las profundidades que ante ella se presentaban.

Siseo un murmullo suave para captar su atención. Ella perpleja le miró. Con expresión de sorpresa en su cara le devolvió la mirada. Él alcanzó su brazo y con fuerza lo asió. Ella se derrumbó en sus brazos.

 

Amaneció y él recordaba nítidamente esas imágenes del sueño. Si hubiera sabido dibujar habría hecho un retrato preciso de la muchacha. Era tan real que le dolía el pecho de sólo pensarlo.

Marchó a sus cosas. Tomo el camino cotidiano y dejó en un rincón de su mente ese vago recuerdo de un sueño que pareciera real.

A la mañana siguiente despertó con la pesadez de un profundo cansancio. Recordó que había soñado, pero desconocía los trazos de ese sueño soñado.

Hubo días y noches y olvido que hubo un sueño tan real que le dejara colgado del palo más alto.

Un día al despertar resistió el proceso, no quiso regresar quedando entre las sábanas sin ningún regreso.

La casa vacía. Nadie vivía. Viajó en ese sueño y no regresó.

 

En ese momento un chasquido se oyó a lo lejos y ella miró hacía el abismo que se abría a sus pies. Era una piedra que caía desde lo alto. Él casi siguió su camino hacía el fondo del barranco. En su afán de acercarse a ella, con sumo cuidado para no provocar lo irreparable, había resbalado. A duras penas había conseguido mantenerse en pie enganchado a unas raíces que sobresalían de la pared húmeda cortada al borde del estrecho camino que llevaba a la roca desde la que ella parecía querer precipitarse al vacío.

 

Cada sueño volvía a la misma escena. Cada mañana recogía un liviano recuerdo. Había quedado en él como encantado. Cada día había sido más difícil el retorno. Hasta que un día se quedó en su sueño para siempre.

 

Él vivía sólo. Era tenido por persona silenciosa y reservada. Un saludo cortés de buenos días o buenas tardes y la galantería de quienes se acostumbran a seguir los pasos prefijados de la cortesía. Nadie lo echaba de menos. Todos los mecanismos burocráticos estaban de tal forma articulados que funcionaban solos. No tenía presencia física en su trabajo, era supervisor de unas computadoras que manejaban sistemas. Algo que por si solo funcionaba. Se había dejado de controlar a los trabajadores porque no era necesario. Todo el mundo seguía rutinas prefijadas y él no era menos. Nadie ni nada advertirían su ausencia.

 

Había quedado atrapado en un sueño o había tomado el camino de retorno a la vida.

Paseo largas noches por ese mismo sueño y al fin algo en él pudo más dejándole a expensas de la fortuna onírica. Ella era lo más importante, le hacía sentirse alguien. Había captado su atención desde las sombras del sueño y ya no sería capaz de volver a la monotonía de su vida.

No fue sencillo llegar a ese nuevo orden de cosas. Fueron muchos días de apagado sentimiento cuando tras la noche amanecía en su frío lecho.

Cada vez el recuerdo era más nítido, tanto que llegaba a ser doloroso por lo frustrado del caso.

Ella quedaba desolada en una nube de polvo invisible, la que dejaban sus pasos en el trasiego de la sombra a la luz. De la noche al día se oscurecía su alma que sola languidecía por los pasos cotidianos de una vida vacía.

 

Convirtió su silencio en un eco. La noche quedó desnuda ante la Luna. Ella aparecía en su sueño como una esbelta figura. Ansiaba el encuentro. Cada noche le costaba conciliar el sueño. La espera azarosa le impedía caer en ese trance. Despertaba a cada instante. Dibujaba sus formas en el aire, recorriendo los trazos de su cara, las líneas de su cuerpo. Recordando y vislumbrando. Fueron noches agónicas las que precedieron al momento en que ya quedó en ese vivir.

Demacrado y taciturno se movía entre la gente que ni siquiera advertía su presencia.

Estas son cosas que van poco a poco y no deben tomarse con anhelo ni precipitación, pero él desconocía el cómo y la razón. Por encima de todo quería quedarse para siempre al otro lado del sueño y no regresar jamás. Le fue dado, pero no fue fácil. Hubo pruebas que superar y momentos en los que todo parecía perderse. Sabemos que supero calamidades impensables, que otros no sólo no superaron sino que quedaron para siempre atrapados entre los dos tiempos y no llegaron nunca a encontrar el camino de regreso.

 

-Jorge, ven a merendar.

-Deja las lagartijas y los saltamontes en paz.

-Mamá, que no quiere, que me dice que me vaya.

-Jorge, quieres hacer el favor de venir.

-Deja al crio en paz.

 

La madre mira al abuelo y vuelve a llamar al niño.

 

Él está en su mundo.

 

Entre la penumbra de una habitación pequeña y estrecha despierta un hombre.

Una enfermera se acerca y le alcanza un vaso de agua.

Él bebe un sorbo y vomita. Esputo con sangre. Cae sobre el lecho.

 

-Jorge, ya está bien.

-Te he dicho que cuando te llamo vengas sin dilación.

-Deja al crio en paz.

 

El abuelo aprieta su puño sobre el bastón que tiene en su mano.

 

-Deja que juegue que después ya le vagará.

-No va de un rato.

-Los crios tienen que explorar la vida.

 

-Abuelo, que es hora de merendar y mi niño está flaco porque no para de corretear.

-Es puro nervio.

-Siempre de aquí para allá.

 

Una silla al lado de ese lecho. La enfermera mira entre los cristales las montañas que se vislumbran a lo lejos. Cae la tarde.

 

Estaba la enfermera mirando a lo lejos como el sol caía en su ocaso. Absorta en sus pensamientos.

-Espero que pronto venga Lucy a hacerme el relevo.

-Este personaje es un poco tétrico. Me da un no sé qué.

-Me da miedo.

-Algo extraño sucede, lo siento.

 

De pronto un gemido y un estertor.

Se volvió hacía la cama y quedó paralizada.

Se elevaba sobre el suelo y giraba en círculo como si fuera absorbida por un tornado.

No daba crédito a sus ojos. Desaparecían de su vista, enfermo y lecho.

 

Se encontraron escritos en la estancia más pequeña y oscura de la casa.

Cuando investigaron los hechos. Nadie daba crédito a las palabras de la enfermera. Creyeron que había dejado sólo al enfermo y éste de forma que no podía entenderse se había evadido.

Ella optó por callar, al fin, y decir a todo que sí.

 

Un ángel caído.

 

¿Acaso el hombre es un ángel caído y todo lo que se antepone a su destino es escollo insalvable?

 

Narrar puede parecer acto de voluntad, puede parecer bien digo ya que es un impulso incontrolado de quien se deja enganchar por la mano tirado como si por una cuadriga fuera llevado.

Es inevitable sigo pasando por la memoria iconoclasta del cine. Se impone la palabra "cuadriga" y me lleva a la gran escena de Benhur. Memorable tema, para una filmografía trasnochada como la mía.

Apenas si cabe en mi memoria de infancia. Está atada en los recuerdos compartidos. Las gentes de mi barrio pasaban de boca en boca las alegrías de haber visto a los grandes de la pantalla. El cine tenía cuerpo y significado. Ésta la vi, siendo niño en un cine apestado de chavales que no paraban de berrear a cada paso y escena. La madre nos enviaba a los dos hermanos con dos duros y algo más. El duro era el precio de la entrada del patio de butacas. Sesión doble. Íbamos al gallinero para que nos quedaran más pesetas para chucherías. Era yo que por iniciativa propia tomaba las decisiones dado que era, soy, el mayor de los hermanos. Eso me trae el recuerdo de que lo que en principio fue poder acabó siendo agobio. Ser el mayor conlleva un peso que arrastras a lo largo de los años. El que viene detrás se encuentra el camino trillado.

 

Das un paso creyendo que avanzas y siempre te encuentras con el profundo destino que no te deja alcanzar el final que vislumbras.

 

Si la imagen no es suficiente para entendernos tú y yo simplemente vivimos de un espejismo.

 

Incluso en las cuevas se dejaron rastros y señales para compartir.

 

Fueron primero esas pinturas, mucho antes que los renglones escritos de letras que hoy llevan a un alfabeto que combinas para expresar lo que sientes y quieres que sepa de ti.

 

Si me hablaras del sonido y la música callaría, pero una palabra convertida en imagen vale más que mil palabras y si multiplicas entre emisor y receptor son potencias de diez.

 

Quieres que te regalen los oídos, eso quieres. Al fin te quedarás insatisfecha con todo o satisfarás lo poco que buscas de la comunicación que te ofrezco.

 

Tú eres medio, pues comunico a todo quien por aquí venga aunque me has dado el mejor de los regalos te has convertido en la interlocutora necesaria para que yo pueda dar estos pasos. Acaso no sabes que somos como los granos de arena de la playa y es casi imposible encontrarse si de distintos mares venimos.

 

Entre quienes así fueron a la casa de Jorge hubo una mujer de cabellos rojos que recogió del suelo cuartillas manuscritas.

Leyó ávida unas y otras.

Nadie paro cuentas en lo que ella hacía.

Buscaban cosas y no veían lo que ante sus ojos se exponía.

 

Ella tenía esa piel blanca de porcelana que mancilla el sol aún en la sombra. Era de poca altura, pero de formas proporcionadas. Se veía hermosa. Su mirada felina traspasaba el objeto que pudiera estar ante ella. Oculta bajo gafas oscuras pasaba desapercibida.

Vestía una túnica blanca sobre unas mallas negras, ajustada en la cintura por un cinturón trenzado.

Su larga cabellera rojiza estaba trenzada y recogida dejando unos largos mechones por delante de las orejas.

 

Era ella. La que le tentaba desde los sueños. Ese ser que había trastocado su vida.

 

¿Dónde estaba Jorge que ni ella sabía?

 

Del barro construido el hombre se enmascara tras su sino.

Busca de ella la mirada y no sabe que sin ella no es nada.

No eres tú. Percatado del engaño se reconoce perdido.

La distancia es un abismo.

El sueño lo confunde. Le arrastra a sentirse sólo y perdido.

De ella no puede evadirse y eso le hace sacar un quejido de lamento.

Se siente enjaulado en su propio espacio.

Hemos perdido.

No hay cuidado.

Demasiado rápido para entenderse.

El paso ha de variar su ritmo.

Retar no es otra que salirse por la tangente.

Recoger el guante es el error que pagarían las dos partes.

Vine a expresarme, no a olvidarme.

El barro del que salimos es el mensaje.

Si buscas encuentras.

No hay juegos literarios, siempre se expone el viviente que ante ti está presente. Participes o no,  tomas parte, aunque creas que te puedes quedar al margen.

Tocamos fibras que luego no podemos controlar. Hay que parar para no dañar ni salir dañados.

Este es un juego que no es sólo de dos.

J.

 

Éste era más misterioso para ella. A qué se refería Jorge al escribir estas líneas en trazos diminutos.

 

¿Ese sueño es real o es falaz?

 

Ella estaba encarando las letras de aquel supuesto diario.

Todos quedan recogiendo huellas y rastros en los rincones de esa casa.

Ella tiene lo que busca y marcha.

 

¿Dónde estará nuestro héroe que fue llevado por un torbellino hacía otro abismo?

 

Recorre, ella, la calle empedrada con ese manojo de hojas enredadas.

 

Esa figura esbelta a nadie llama la atención pues tiene la fina esbeltez que en aire la llevará a ser.

 

La ciudad queda en nada y entre el paso al precipicio se encarama en una roca.

Los papeles lanza al vacío y la llama los recoge haciendo de ellos humo y cenizas.

 

Un aullido.

Parece que los papeles cobraran vida al quemarse.

Así es pues espectral figura cobra forma.

 

Este es sueño dentro de otro sueño que a Jorge acongoja.

 

Está sobre las piedras de un camino desconocido soñándose en una cama soñada un precipicio del que le asalta un quejido.

 

¡Ella! La vislumbra. Alarga de nuevo su mano. Cree que así la toca. Tiene el tacto. La nota.

 

Julio de 2007

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